POR: Victoriano Tizón Montenegro - Vigo (España)
Sonrisas y lágrimas son las que he vivido y bebido en mi reciente visita a Perú. Allí todo fueron alegrías, celebrando el 50 aniversario (bodas de oro) de la fundación de la Prelatura de Yauyos, que comprende también las provincias de Cañete y Huarochirí, en una extensión de 15.000 km2, con más de 300.000 habitantes.
Está situada al sur de esta gran nación americana y se extiende desde el nivel del mar hasta las altas cumbres de los Andes. Cinco sacerdotes con su prelado, todos ellos españoles, iniciaron la ardua tarea evangelizadora.
Más tarde se fueron agregando otros más (entre los que me cuento), siempre alentados con las oraciones y consejos de San Josemaría Escrivá, a quien S.S. Pío XII le encomendó dicha Prelatura el 12 de abril de 1957. Hoy día la mayoría de los sacerdotes (casi 50) son todos peruanos, formados en sus propios seminarios, y muchos de ellos doctorados y licenciados en Roma y España.
Con estos sacerdotes colaboran también varias congregaciones religiosas y grupos especializados de laicos, haciendo así una labor verdaderamente eclesial, humana y social.
A la alegría de tan sublime acontecimiento me sobrevino la tremenda tristeza de contemplar los efectos desastrosos ocasionados por el terremoto del 15 del pasado agosto.
Pisco y Chincha, completamente arruinados; también a Cañete le ha tocado una buena "pedrea" ¡nunca peor dicho! Como anécdota, baste mencionar lo que unas religiosas me decían de un perro guardián, ante su convento destartalado: "desde el terremoto no volvió a ladrar". "Alguito de planta" -como allá dicen- allí se quedó lamentando ¡con mucha pena! no haberles podido ayudar con "alguito" más. Lo peor de todo fueron las pérdidas de vidas humanas.
Como testimonio, que dice mucho de la fe de aquellas nobles gentes, leí en un tablón de anuncios de la casa consistorial de uno de estos pueblos: "todo lo hemos perdido, menos la esperanza".